En ocasiones una nube de autocrítica se instala a nuestro alrededor. Frases del tipo: no sirvo para esto, tengo que llegar a más, soy un/a vago/a, soy un amargor, qué tonto/a, la gente no sabe apreciarme suficiente, no voy a poder, seguro que no caigo bien, no soy capaz, qué inútil, no soy bastante bueno/a, los demás deberían ser más…, soy inadecuado/a, no merezco amor, qué idiota, no tengo nada, qué fracaso, estoy solo/a.. pululan dentro de nuestras cabezas. ¿Cuál de ellas aparece en tu cabeza con mayor frecuencia? Te preguntarás ¿por qué esa y no otra? Igual es más de una.
Los pensamientos automáticos se asientan en nosotros/as con los aprendizajes de la vida, y se ponen en marcha cuando necesitamos protegernos, defendernos, motivarnos, activarnos, … ¿Dónde aprendimos esto? ¿Quién nos lo enseñó? ¿Cómo nos lo transmitieron? Un papá cuya vida fue difícil nos insistía en lo importante que es ser fuerte y trabajar duro, una mamá complaciente nos pedía que no discutiéramos y que dijéramos a todo que sí sin rechistar, un maestro del cole cuyo método era ridiculizarnos en clase cuando nos equivocábamos, …
Desearíamos que los pensamientos negativos sobre nosotros/as mismos/as, quiénes somos, nuestras capacidades, nuestras limitaciones, nuestros afectos, pudieran evaporarse con la misma facilidad con la que llegan, pero lo que ocurre es justo lo contrario: el “efecto camello”, un mecanismo natural de nuestro funcionamiento mental que consiste en que cuanto más tratamos de evitar un pensamiento, con más fuerza tiende a aparecer en nuestra mente.
Si lo que hemos aprendido de la vida nos ha enseñado que la autocrítica es estimulante, cuando nos planteemos objetivos nos encontraremos machacándonos por lo bajinis con estas píldoras autodestructivas que a medio-largo plazo en lugar de estimular nos van minando. … Al hacernos conscientes de ellas es probable que intentemos rechazar con fuerza tanta toxicidad hacia nosotros/as mismos/as, en una batalla condenada al fracaso, ya que cuanto más nos esforcemos por evitar nuestros propios “camellos”, más nos acompañarán en nuestro viaje.
De este modo, nuestra inicial motivación se convierte en nuestra tortura particular en forma de 11 IDEAS IRRACIONALES BÁSICAS que nos acechan a diario 1:
1) Es una necesidad extrema, para el ser humano adulto, el ser amado y aprobado por cada persona significativa de su entorno.
2) Para considerarme a mí mismo como una persona válida, debo ser muy competente, suficiente y capaz de lograr cualquier cosa que me proponga.
3) Las personas que no actúan como «deberían» son viles, malvadas e infames y deberían ser castigadas por su maldad.
4) Es terrible y catastrófico que las cosas no funcionen como a me gustaría.
5) La desgracia y el malestar humano están provocados por las circunstancias externas, y la gente no tiene capacidad para controlar sus emociones.
6) Si algo es o puede ser peligroso, debo sentirme terriblemente inquieto por ello y debo pensar constantemente en la posibilidad de que ocurra.
7) Es más fácil evitar las responsabilidades y dificultades de la vida que hacerles frente.
8) Debo depender de los demás y necesito a alguien más fuerte en quien confiar.
9) Lo que me ocurrió en el pasado, seguiría afectándome siempre.
10) Debemos sentirnos muy preocupados por los problemas y perturbaciones de los demás
11) Existe una solución perfecta para cada problema y si no la hallamos seria catastrófico.
¿Te identificas con esta forma de pensar irracional? ¿Con alguna de las once en particular? ¿Sería difícil para ti apartar estas creencias irracionales de tu día a día?
Resulta irreal una vida en la que nosotros/as seamos perfectos/as, los demás sean agradables, considerados y justos, y el mundo nos ofrezca condiciones buenas y fáciles para conseguir lo que queremos sin mucho esfuerzo o incomodidad. ¿Por qué nos empeñamos en que “las cosas deberían ser así»? La mera idea de tener que hacer todo siempre bien resulta agotadora… Aunque seguramente alguna de estas creencias irracionales nos resuenan como propias, como trending topic dentro de nuestras cabezas cuando dudamos, tenemos dificultades, nos planteamos cambios, otras personas no actúan como esperamos, o somos objeto de alguna situación injusta.
¿Qué podemos hacer entonces?
A diferencia de la autocrítica que te pregunta si eres suficientemente bueno, la autocompasión te pregunta qué es bueno para ti. LA COMPASIÓN CON UNO/A MISMO/A CONECTA CON EL DESEO DE ESTAR SANO/A Y FELIZ. Recuerda el mantra: ¿Estás mal? ¡Pues cuídate!
Hay pocas personas a las que tratemos tan mal como solemos tratarnos a nosotros mismos. Es importante dejar de juzgarnos y de evaluarnos como «buenas personas» o «malas personas», y tratarnos con la misma amabilidad, cariño y compasión que mostraríamos hacia un familiar, amigo/a, o incluso hacia un desconocido/a que se encontrara en nuestra misma situación. No nos convertiremos en mejores personas por maltratarnos continuamente. Podemos deshacernos de las expectativas de perfección poco realistas que nos hacen sentir insatisfechos/as y abrir la puerta a la compasión que necesitamos en cada momento.
Decía el Dalai Lama que un derecho fundamental para todos los seres humanos es desear felicidad por naturaleza y no querer sufrir. Merecemos compasión por sufrir fracasos, debilidades personales o malas decisiones: somos seres humanos imperfectos y frágiles.
ASÍ QUE PÁRATE Y REFLEXIONA:
¿Cómo reaccionas ante ti mismo/a y ante tu vida?
¿Por qué tipo de cosas te juzgas y te criticas? (aspecto, profesión, relaciones, hijos, etcétera)?
¿Qué tipo de lenguaje utilizas contigo mismo/a cuando observas un defecto o cometes un error?
¿Cómo te tratas a ti mismo/a cuando se te presentan retos de manera repentina?
¿Tienes tendencia a dejarte llevar por las dificultades y a percibirlas peores de lo que son, o mantienes un punto de vista equilibrado?
¿Te sientes desconectado de los demás cuando las cosas van mal, imaginando que todo el mundo está mejor que tú?
Dedica cinco minutos al día para hacer un alto en el que cuidarte y consolarte.
Date un abrazo cálido, dedícate algunas palabras amables y comprensivas de consuelo: “Puedo ser amable conmigo mismo”, “Este es un momento de sufrimiento”, “todas las personas sufren en algún momento de sus vidas”, y observa si cambian las sensaciones físicas que experimentas.
¿Sientes algún alivio? ¿Las sensaciones son cada vez más fáciles de soportar?
Tanto si las cosas parecen mejorar, empeorar o permanecer estancadas, sigue brindándote compasión.
Cuando sientas que llega el momento, levántate, realiza unos estiramientos y continúa con tu rutina diaria.
- Albert Ellis: “Razón y emoción en Psicoterapia” ↩︎