La resiliencia está en mí

¿Y si lo que me angustia forma parte de mi manera de adaptarme al entorno? ¿Y si las cosas que hago ahora que me dañan tienen que ver con lo que aprendí y me sirvió en el pasado en un momento dado?

Por ejemplo, algunas personas que acuden a consulta tratan de explicar lo que les ocurre poniendo el foco fuera de ellas mismas: qué han hecho o dicho otras personas, la buena o mala suerte, las trabas que encuentran a diario, los agravios que sufren, la escasa o nula ayuda que reciben… centradas en cómo “debería” ser el mundo y en cómo “deberían” comportarse los demás. Suelen insistir en remarcar el comportamiento inapropiado o dañino de otros, y la falta de capacidad que sienten para poder afrontar, cambiar o compensar las cosas.

Nos detenemos un poco antes de dar por sentada esta indefensión que sufren para conseguir cambiar lo que les pasa. Las personas que muestran un locus de control externo, es decir, aquellas que perciben que lo que les ocurre es consecuencia de causas externas como la suerte, el destino, lo que otros hagan, etc, suelen poner encima de la mesa cuestiones como:

  1. Nadie me ayuda.
  2. La gente es egoísta, lo primero son ellos.
  3. Nunca se disculpa.
  4. Siempre me deja plantada a última hora.
  5. Estoy solo/a.
  6. Me habla mal.
  7. Siempre soy el/la último/a en enterarme de lo que pasa.
  8. Hasta que no me hable, yo no le pienso hablar.

Cuando ante estas afirmaciones planteas preguntas como:

  1. ¿Alguna vez pides ayuda? ¿crees que sabes hacerlo?
  2. ¿Eres capaz de ponerte tú primero/a? ¿sabes ser tu prioridad?
  3. ¿Tienes facilidad para disculparte? ¿sueles hacerlo? ¿en qué ocasiones?
  4. ¿Expresas tu malestar cuando otras personas son desconsideradas?
  5. ¿Buscas compañía o esperas a que te llamen? ¿sabes cómo hacer amistades?
  6. ¿Le has dicho que si te habla mal no continuarás la conversación? ¿sabes establecer límites?
  7. ¿Te interesas por la vida de otras personas? ¿te muestras cálido/a? ¿sabes escuchar?
  8. ¿En alguna circunstancia has podido dejar a un lado tus diferencias y has dado el paso para iniciar la comunicación?

suele ocurrir que las personas se sorprenden y emplean argumentos del tipo “él/ella lo debería saber” o “él/ella me conoce y ya lo sabe”.

Cuesta aceptar algo tan básico como que si no decimos lo que nos pasa, los demás no pueden adivinarlo. Si las personas que nos rodean están acostumbradas a ver que nos las apañamos fenomenal solitos/as porque somos “fuerte” y no dejamos asomar ni un ápice de vulnerabilidad, difícilmente pensarán que podamos necesitar ayuda a menos que la pidamos. Si solemos expresar nuestra contrariedad cuando otros no nos respetan, es posible que haya gente que se aparte de nuestro lado, pero los que se queden pondrán en valor nuestros límites. Si cuando queremos salir un rato de caso, somos nosotros/as quienes preguntamos o proponemos un plan, es más probable que los demás perciban que tenemos ganas de estar en su compañía. Y si disculparnos no está dentro de nuestro repertorio, es complicado que otras personas vean necesario pedirnos disculpas cuando las cosas se tuercen.

Pero seguramente no sea esto lo que han aprendido las personas que acuden a consulta con la mirada puesta fuera de ellas mismas. No pedir ayuda ha podido ser la manera de sobrevivir en un entorno en el que hacerlo era ser tachado de débil y menospreciado por ello. Hacerse cargo de las necesidades de otros, ser complaciente, estar siempre dispuesto/a ha sido lo que les ha permitido mantenerse unido/a a sus seres queridos. Mostrar su enfado o desagrado ha conllevado agresividad por parte de otros. Buscar compañía ha sido una experiencia constante de rechazo o humillación. Pedir disculpas ha estado teñido de vergüenza cuando has sido ridiculizado/a por ello.

Así pues, cambiar la tendencia a creer que estamos indefensos/as ante nuestro contexto no es tarea fácil. Requiere un primer “tomar conciencia” de dónde me viene esto, cuánto de presente está en mi vida, y hasta qué punto esto puede o no hacer que mi entorno cambie para lograr sentirme mejor. Después, hay que deshacerse de lo que sirvió entonces pero que ahora ya no sirve, interpretar la realidad desde otro prisma, aprender habilidades nuevas, y crear nuevos vínculos más sanos, respetuosos, afectivos, y plenos en mis relaciones.

Así pues, las personas tenemos la capacidad de dejar de utilizar lo que sabemos hacer pero que nos hace daño, nos repercute negativamente, nos crea dificultades en el entorno actual, para sustituirlo por otras estrategias más adaptativas que nos permitan afrontar las circunstancias de la vida con un equilibrio físico y mental.

¿Qué son los «mensajes yo»? Son aquéllos que se emiten en primera persona, hablando de uno mismo. Es un mensaje respetuoso que expresa los sentimientos, opiniones o deseos sin juzgar o reprochar la conducta de los demás.

¿Cuándo usar los «mensajes yo»?

  • Cuando deseamos expresar nuestras necesidades y problemas.
  • Cuando deseamos expresar sentimientos.
  • Cuando deseamos expresar opiniones.
  • Cuando deseamos sugerir cambios.

¿Cómo usar los «mensajes yo»?

  1. Describiendo brevemente la situación y el comportamiento.
  2. Describiendo las consecuencias o efectos que tiene para mí o para otras personas.
  3. Expresando los sentimientos (en primera persona).
  4. Solicitar un cambio de conducta (en primera persona).

Por ejemplo:

  • Ayer pusiste la música muy alta cuando estabas en tu habitación. (Descripción de la situación).
  • Yo tenía que estudiar/trabajar, había mucho ruido y no podía concentrarme. (Descripción de las consecuencias).
  • Me molestó que no tuvieras en cuenta que estaba estudiando/trabajando y pusieras tan alta la música. (Expresión de sentimientos).
  • Me gustaría que la próxima vez que veas que estoy estudiando/trabajando pongas la música más baja. (Petición de cambio de conducta)